El miércoles 28 de mayo, la comunidad universitaria y científica del país presentará en el Congreso de la Nación un proyecto de Ley de Financiamiento Universitario. En ese contexto, el rector de la UNRN, Anselmo Torres reivindica, en este artículo, el caracter público, gratuito, inclusivo y de calidad del sistema universitario argentino.
Las Universidades Nacionales Argentinas no solo constituyen pilares de la educación, la ciencia y la cultura, sino también uno de los últimos bastiones de soberanía social y política en una época de regresión ideológica y privatización del sentido común. Frente al embate del gobierno de Javier Milei, que ha convertido el ataque a las universidades públicas en un símbolo programático de su gestión, resulta imprescindible asumir una postura clara y crítica:el financiamiento estatal no es un tema secundario ni técnico, es el corazón del proyecto universitario público argentino.
La retórica de los “nuevos tiempos políticos” muchas veces opera como una coartada para legitimar ajustes, despidos, recortes y precarización institucional. Bajo el eufemismo de "reconfiguración presupuestaria" lo que se despliega es un plan sistemático de desmantelamiento de las capacidades estatales para garantizar derechos. En ese marco, el sistema universitario no está simplemente desafiado a "adaptarse", sino que está siendo interpelado en su razón de ser. La crisis no es técnica ni financiera: es ideológica.
El primer punto a discutir, en este contexto, no es la conveniencia de buscar nuevas fuentes de financiamiento, sino la centralidad del Estado como garante del derecho a la educación superior. Esta principalidad no puede relativizarse ni someterse al vaivén de los ciclos políticos. Explorar mecanismos complementarios de financiamiento solo tiene sentido si el presupuesto público está plenamente garantizado y si esos mecanismos no generan exclusión, desigualdad ni mercantilización del conocimiento.
Minimizar el ataque del Estado argumentando que "otros países también tienen financiamiento mixto" es, además de una pereza intelectual, una omisión grave del contexto. En algunas universidades estadounidenses, como Harvard, por ejemplo, el financiamiento del estado federal ronda el 20%, pero esa misma universidad es regularmente cuestionada por estudiantes, docentes y sociedad civil por su elitismo, falta de equidad y desvío de prioridades. Ergo,el problema no es solo cuantitativo: es político, estructural y ético. Así y todo, esa casa de estudios es atacada ferozmente por Trump, lo que muestra que las extremas derechas, desdeñan la ciencia y el conocimiento, dos pilares de la universidades.
Como expresó, palabras más, palabras, menos, Flavia Terigi, rectora de la Universidad Nacional de General Sarmiento: "las universidades públicas están siendo objeto de un discurso muy desvalorizador". Esta perspectiva resalta la importancia de mantener el carácter público y estatal de nuestras universidades.
En este sentido, me parece, que insistir en la "eficiencia", la "vinculación con el mercado" o en la "generación de recursos propios" como salidas principales ante la crisis puede (si no se contextualiza) contribuir involuntariamente al relato oficial de desresponsabilización estatal.
Este lenguaje, cada vez más colonizado por lógicas gerenciales y empresariales, corre el riesgo de naturalizar el desfinanciamiento como un dato inexorable en lugar de denunciarlo como lo que es:
una decisión política regresiva que atenta contra el derecho a la educación y la construcción democrática del conocimiento.
No se trata de negar la necesidad de revisar las prácticas de gestión, modernizar procesos o articular con otros sectores sociales. Pero estas acciones deben darse desde una posición de fortalecimiento del sistema público, no como resignación ante el ajuste. Es más, es precisamente el financiamiento sostenido por el Estado lo que permite la innovación, la autonomía crítica y la responsabilidad social de nuestras universidades.
Según el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), desde enero de 2024 se ha acumulado una diferencia del 134% entre la variación de precios y las partidas otorgadas para gastos de funcionamiento, lo que ha llevado a una situación crítica sin respuestas concretas por parte del gobierno nacional.
Hoy más que nunca, las universidades nacionales deben reivindicar su carácter público, gratuito, inclusivo y de calidad. No como una consigna defensiva, sino como un proyecto estratégico de país. La disputa por los recursos es, en el fondo, una disputa por el sentido: ¿qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Una donde el conocimiento sea un bien común, o una mercancía al servicio del mercado?.
En este contexto, no es suficiente con adaptarse. Hay que resistir con inteligencia, comunicar con claridad y disputar el sentido común colonizado por el neoliberalismo, que busca presentar la desinversión como modernización, el ajuste como eficiencia y la privatización como innovación.
El movimiento universitario, en todas sus expresiones, debe reafirmar que el financiamiento estatal no es negociable, que la universidad pública es un derecho y no un privilegio, y que defenderla es defender un futuro con justicia social, pensamiento crítico y soberanía nacional.
Por Mg. Anselmo Torres
Rector de la Universidad Nacional de Río Negro