*Un 8 de octubre de 1944 se promulgó en Argentina el Decreto-Ley Nº 28.169, conocido como Estatuto del Peón Rural. Este instrumento jurídico, impulsado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, constituyó un hito fundacional en la historia social del país. Por primera vez, el Estado extendía su protección a uno de los sectores más postergados y vulnerables de la fuerza laboral, reconociendo al peón rural como sujeto de derechos.
En un contexto marcado por relaciones laborales semifeudales, el Estatuto estableció un piso civilizatorio al instituir el salario mínimo, la jornada limitada, la provisión de vivienda y alimentación dignas, el descanso dominical y las vacaciones pagas. No obstante su carácter pionero, su aplicación fue heterogénea y su alcance limitado, dejando fuera a amplios sectores de trabajadores golondrina, cuyo drama de precariedad y migración forzada continuó siendo una deuda pendiente.
Ocho décadas después, conmemorar aquel hito implica no solo un ejercicio de memoria, sino también una reflexión sobre los desafíos contemporáneos. La lucha por la plena dignificación del trabajador rural continúa, y encuentra en el paradigma de la agroecología un horizonte de sentido coherente con aquel legado.
El modelo de agronegocio hegemónico, basado en el paquete tecnológico de semillas transgénicas y agrotóxicos, no solo genera una severa crisis socioambiental, sino que profundiza la vulnerabilidad del peón, primera línea de exposición a los pesticidas y otras condiciones que atentan contra su salud y la de sus comunidades.
En este escenario, la agroecología se erige como la heredera natural del espíritu del Estatuto. Promueve sistemas productivos que, al prescindir de insumos tóxicos, garantizan condiciones laborales seguras y saludables. Al requerir mano de obra más especializada y estable, favorece el arraigo y combate la estacionalidad del trabajo golondrina.
Las y los campesinos, aunque gestionan entre el 20 y el 30 % de los territorios donde se produce alimento, son responsables de aprovisionar entre el 50 y el 70 % de los alimentos que sostienen a la población mundial. Además, al fomentar la diversificación y la producción local, la agroecología fortalece la soberanía alimentaria y el tejido social rural.
Por ello, las iniciativas legislativas que buscan financiar la transición agroecológica o garantizar el acceso a la tierra son la continuidad de aquella lucha histórica: la de dignificar la vida de quienes, con sus manos, alimentan al país.
Desde la Licenciatura en Agroecología de la Universidad Nacional de Río Negro, carrera de grado pionera en el país, trabajan en estrecho vínculo con comunidades rurales y neorrurales de la Comarca Andina del Paralelo 42°. A través de la docencia, la investigación y la extensión, las y los estudiantes transitan trayectorias formativas basadas en el conocimiento científico y el diálogo de saberes con comunidades productoras de alimentos.
La carrera promueve la formación de un perfil profesional que integre conocimientos técnicos con la valoración de la diversidad campesina, y desarrolle capacidades para la intervención territorial orientada a la transición hacia sistemas agroalimentarios sostenibles.
En este Día del Trabajador y la Trabajadora Rural, honrar el Estatuto es, hoy, trabajar por un campo donde la justicia social y la sostenibilidad ambiental sean dos caras de una misma moneda.
*Por: Diego Cusani (estudiante de LAGE) y Juan Ochoa, director de carrera.
Temas. Agroecología