En este marco, la investigadora Marisa Malvestitti pone en debate la actualidad del pueblo Mapuche-Tehuelche.
La exposición “Inakayal vuelve, bordar el Genocidio Mapuche” del fotógrafo y periodista argentino Sebastián Hacher, quedó inaugurada ayer en las instalaciones de la Casona de la Memoria Eduardo “Bachi” Chironi” de Viedma y podrá ser visitada hasta el 15 de noviembre próximo.
Por medio de una muestra performativa itinerante que recorre una serie de sitios significativos de la provincia de Río Negro, se realiza la vuelta simbólica de Inakayal al territorio originario, y se motiva la reflexión en perspectiva intercultural de los efectos actuales del genocidio, tanto explícitos como silenciados, en ámbitos comunitarios y socioeducativos.
La muestra forma parte además de un proyecto de extensión encabezado por la lingüista Marisa Malvestitti, de la Sede Andina, quien propone poner en debate la actualidad del pueblo Mapuche-Tehuelche desde la historia reciente, centrándose en un aspecto poco contado: los campos de concentración y la ‘Marcha de la muerte’ que los sobrevivientes de la ‘Campaña al Desierto’ fueron obligados a hacer tras la rendición de los lonkos Inakayal y Foyel en 1885.
Al respecto, la docente e investigadora, profundiza esta cuestión:
¿Por qué el periplo de Inacayal y de su pueblo es una historia silenciada?
La historia en torno a la denominada conquista del desierto fue narrada desde una perspectiva que enfocó principalmente los relatos producidos por agentes estatales y militares, e invisibilizó el punto de vista de los actores indígenas. En el relato se marcan hitos conclusivos del periodo (como Appeleg o las presentaciones de los longkos Sayhueque, Foyel e Inakayal a principios de 1885), sin dar cuenta de las condiciones materiales y políticas en que esas situaciones se desarrollaron. Esto, en cambio, está resaltado en los relatos de la memoria social mapuche que han sido transmitidos en forma oral por los protagonistas de esas situaciones, en marcos familiares y de la comunidad. En estas contadas, los nütram, se destacan distintas situaciones de violencia, los sufrimientos atravesados en largas marchas por la estepa y la cordillera, el hambre, las estrategias para la protección de los niños; es decir, dan cuenta de cómo sucedieron estos hechos y también de qué pasó después con los sobrevivientes.
Usted plantea revisar y reparar los procesos de discriminación que aún existen, ¿qué inspira Inacayal en ese sentido?
La vida de Inakayal se desarrolló en el mismo entorno geopolítico que hoy habita el pueblo mapuche-tehuelche. A grandes rasgos, desde el País de las Manzanas hacia el sur de Tecka,
y transitando numerosos parajes de Río Negro, en los que se articulaban las rutas mapuche-tehuelche, del Nahuel Huapi a Maquinchao. En ese entorno, no existía la separación estricta entre mapuche y günün a künü, Mapuche y Tehuelche, que luego la etnología patagónica canonizó. Aproximarnos a la vida de Inakayal y su gente nos invita a mirar de otra manera el territorio, a conocer los procesos socio-culturales y lingüísticos que se desarrollaban en él, y también fundamentalmente a comprender los modos de hacer política de los pueblos originarios en el periodo previo al awkan, y luego posteriormente. Las políticas estatales del pasado produjeron situaciones de extrema inequidad en nuestra provincia, la reflexión entonces es, cómo desde una perspectiva intercultural, crítica, descolonizadora, podemos contribuir a desnaturalizarlas y aportar a modificar sus efectos actuales en distintos campos, desde nuestro lugar institucional de universidad nacional y pública norpatagónica.
¿Qué busca el proceso de bordado de fotos que propone su proyecto de extensión?
Cabe aclarar en primer lugar que el proyecto surge como apoyo a la iniciativa emprendida por el periodista performático Sebastián Hacher, quien viene desarrollando la experiencia en distintos lugares del wallmapu. El bordado propone construir una obra en homenaje a la memoria del
lonko Inakayal de manera colaborativa, en dos sentidos. Por un lado, porque la propia acción del bordado, que suele ser individual, se realiza entre dos: trabajar entre dos bordadores o bordadoras: quien está frente a la foto introduce la aguja de un lado, la segunda la recibe y la devuelve para completar el punto. Como explica Sebastián, esta técnica al principio resulta desconcertante, y con el correr de los puntos se convierte en una especie de danza. Y por otro lado, y sobre todo, porque se trata de una actividad en la que necesariamente confluyen y tienen iniciativa distintos actores con los que se integra la universidad: organizaciones mapuche en los distintos lugares de la provincia, el colectivo hARTa Patagonia en Viedma, la revista Anfibia de la UNSAM. El proyecto que emprendió Sebastián ya hace algunos años tiene su trayectoria y su propia dinámica, y desde el proyecto de extensión de la UNRN participamos en algunos tramos del mismo que se realizan en la provincia de Río Negro hasta mediados del año próximo.
¿La devolución de los restos de Inacayal a Tecka, su zona de origen, se puede tomar como un reconocimiento de la masacre de una colectividad?
Que Inakayal y su familia pudieran descansar en su tierra era una acción necesaria. En los últimos años se han producido distintas restituciones de restos de personas deportadas durante la campaña de ocupación, o robados de sus tumbas. Las restituciones contribuyen a poner en relieve
el genocidio ocurrido en el territorio, pero la modificación de representaciones instaladas en el sentido común desde hace más de cien años constituye una tarea ardua. A que este proceso pueda repensarse como genocidio hemos venido confluyendo con los sectores mapuche y no mapuche que plantean una revisión, como docentes, investigadores, no docentes y estudiantes de la UNRN, mediante distintas iniciativas, proyectos de investigación, de extensión, publicaciones y material multimedia. Creo que central considerar, además del contexto de violencia material y simbólica, cómo esas prácticas genocidas obstaculizaron y reprimieron -en un lapso de tiempo mucho más extenso que llega hasta nuestro presente-, el acceso a los derechos territoriales, económicos, sociales, políticos, culturales y lingüísticos de los pueblos originarios.
¿Existe en la memoria colectiva el hecho de que en Chichinales funcionó un campo de concentración de indígenas, tras las últimas batallas, y antes de la reclusión en centros bonaerenses de numerosos aborígenes? ¿Ha contemplado la posibilidad de impulsar la señalización de ese campo de concentración?
El cruce de datos provenientes de fuentes militares, estatales, misioneras, y los aportes de la memoria social han permitido reconocer la existencia de distintos campos de concentración de la población reducida tras la campaña, en sitios como Valcheta, Chichinales, Conesa, y luego en otros lugares de la región, o en la isla Martín García. El más reconocido actualmente es el de Valcheta. Entiendo que la propuesta de señalizar estos sitios viene siendo pensada tanto por las organizaciones mapuches como por historiadores, antropólogos y también poetas que trabajan sobre esta temática. Son procesos que llevan tiempo de revisión documental, de trabajo en terreno, y al movilizar la memoria, también pueden activar resistencias en algunos sectores sociales. Constituyen así proyectos más amplio intersectoriales e interdisciplinarios, en los que puedo colaborar, desde el eje lingüístico-comunicativo de mi campo de indagación e intervención actual, que comprende tanto el plano de la documentación histórica de lenguas en la Patagonia, como de las acciones de revitalización actuales.
¿Se tiene certeza de las causas de la muerte de Inacayal en el Museo de La Plata: algunos dicen que se cayó por la escalera, otras versiones indican que estaba borracho o bien que decidió terminar con su vida hastiado de ver los huesos de los cadáveres de sus congéneres que habían sido llevados allí para estudio?
Creo que lo que hay que problematizar no es si hubo un factor puntual, sino el cúmulo de condiciones que causaron que Inakayal, en lugar de estar en su territorio en la Patagonia, se encontrara en un entorno metropolitano, viviendo con parte de su familia en un museo. Pensemos también que al momento de su muerte Inakayal tenía solo 45 años. Desde hace pocos años se están revisando críticamente las prácticas científicas de la época, en particular las de la antropología física, y en nuestro proyecto actual de investigación estamos analizando las prácticas de registro de lenguas fuego-patagónicas en la época. En ese campo se destacaron también varios integrantes del Museo, y distintas documentaciones se realizaron en ese espacio físico o bien en las expediciones científicas a la Patagonia que el museo auspiciaba. Anotar las lenguas desde una ideología del salvataje, resguardar palabras y expresiones para la ciencia, en el mismo contexto en que los hablantes eran masacrados y obligadamente aculturados, es una práctica reprobable desde los estándares éticos actuales. Peor aún ha sido la conversión a objeto de museo de los restos humanos. Junto con las acciones de restitución, también se han producido recientemente varias publicaciones que posibilitan ampliar los temas abordados en la muestra “Inakayal vuelve”, entre las que destaco En el país del nomeracuerdo, publicado por la Editorial de la UNRN, Archivos del silencio, cuya autora es la historiadora Pilar Pérez, y A ruego de mi superior cacique, Antonio Modesto Inakayal, del periodista Adrián Moyano.
Créditos de la foto: Revista Anfibia